—¿Otra vez a rehacer los papeles?—pregunta Ramón, dejando caer el tenedor—. Ayer la norma decía una cosa, hoy piden otra.
—Han actualizado el sistema—responde María, encogiéndose de hombros—. Pero no han avisado a nadie. Ni siquiera a los técnicos.
Álvaro levanta la vista desde su portátil.
—Nos pasa igual en la planta. Quisimos reformular un producto para que fuera más sostenible, pero no sabemos si cumple, si necesita nueva evaluación o si simplemente hay que esperar a que alguien lo decida. Llevamos meses en pausa.
Un marco ambicioso, un camino difícil
El marco regulatorio europeo en agricultura y alimentación es ambicioso. Y necesario. La protección de la salud, del medioambiente y del bienestar animal son objetivos compartidos por todo el sector. Pero el día a día muestra otra cara. Cumplir implica una carga administrativa creciente, costes altos y márgenes cada vez más ajustados. Las normativas cambian, se superponen, o tardan en interpretarse. Y quienes están en el campo, en la planta o en la oficina técnica sacan tiempo de donde no hay para tratar de cumplir marcos regulatorios volátiles, y, por cierto, en general bastante más exigentes que los de otros países fuera de Europa que también se venden en nuestro territorio.
Sin embargo, la realidad es que hay movimiento en la cadena. Se incorporan nuevas tecnologías para simplificar el cumplimiento normativo, ajustar procesos o digitalizar tareas que antes se resolvían con papel y paciencia.
Pero avanzar no siempre es una cuestión de voluntad. Adaptarse requiere recursos: tiempo, apoyo técnico, y capacidad de inversión. Y eso, hoy por hoy, no está al alcance de todos. Para muchas, especialmente las más pequeñas, el camino hacia el cumplimiento exige un esfuerzo constante con un impacto directo en su agilidad, márgenes y oportunidades.
Además, las normativas resultan en general distantes a la realidad del día a día a ojos de quienes deben cumplirlas, agricultores y transformadores como Ramón, María o Álvaro. Queda entonces la duda de hasta qué punto las normativas implican burocracia extra que no aporta valor más que a la administración o realmente pueden suponer un paso adelante con beneficios para todos, mejorando la calidad, seguridad y sostenibilidad.
El impacto de una buena comunicación
Cada vez más personas, al elegir qué compran o qué comen, se preguntan qué hay detrás, quién está detrás, y con qué criterios se ha producido.
No siempre lo vemos, pero detrás de cada etiqueta se trabaja hacia un objetivo de la máxima calidad y seguridad, cumpliendo con normas cada vez más exigentes, cuidando procesos y documentando cada paso.
Aquí el factor clave es dar el valor necesario a todo ese trabajo: comunicarlo con claridad, conectar con quienes lo buscan, y mostrar que detrás de cada producto hay un esfuerzo constante de hacer las cosas mejor.
Cuando lo que se hace también se comunica, puede abrirse un puente entre quienes cuidan lo que producen y quienes quieren entender lo que consumen. Esa conexión, cuando existe, abre una vía de reconocimiento. Porque lo que se ve, se valora. Y lo que se valora, se sostiene.
Mientras todo sigue cambiando
La conversación se apaga, pero el tema queda sobre la mesa.
Las normativas seguirán moviéndose.
Los requisitos cambiarán otra vez.
Y quienes están dentro del sistema saben que adaptarse será siempre parte del trabajo.
Pero también empiezan a verse pequeñas chispas de ingenio que empujan la transformación desde dentro. Porque mientras todo sigue cambiando, se enciende un ecosistema vibrante: lleno de personas y equipos que desarrollan tecnología que acompaña el trabajo diario, que simplifica lo complejo y abre camino para seguir creciendo.
Álvaro está probando un sistema de digitalización documental que automatiza parte de las auditorías. María colabora en un piloto para integrar criterios ambientales sin duplicar tareas. Ramón, que al principio dudaba, está ajustando con su técnico un sistema para registrar tratamientos desde el móvil, sin perder tiempo entre papeles.
Esa ebullición en el sistema también desvela una oportunidad para invertir en innovación útil. En herramientas que ayuden a que más empresas puedan adaptarse, sostenerse y crecer dentro de un marco exigente. Un camino donde la cadena agroalimentaria, además de cumplir con estándares altos, se fortalece en el proceso, se diferencia y se conecta con una sociedad que lo valora.
Porque en un mundo de cambios vertiginosos, volcar la mirada a esas chispas de cambio y hacerlas crecer es lo que dará forma al futuro del sector.
