—¿Y tú piensas seguir aquí siempre?
María lo pregunta con tono curioso, sin juicio, mientras se sienta en el poyete del tractor, al lado de Ramón. Hace calor, pero del que ya no pesa. La tierra huele a seco, a sol, a final de verano.
Ramón se encoge de hombros. —No lo sé. A veces me lo pregunto. Otras veces, no me imagino en otro sitio.
María tiene 27 años, es ingeniera ambiental y está de visita en el pueblo. Creció aquí, como Ramón, pero su vida ha seguido otro camino. Vive en la ciudad, trabaja en una consultora, y aunque el campo no le es ajeno, lo mira desde fuera.
— ¿No te agobia todo esto?, insiste María
— Claro. Pero también me gusta lo que hacemos. Me gusta que tenga sentido. Hace una pausa. — Lo que no sé es quién lo hará dentro de veinte años.
Y ahí está la pregunta. La que recorre, en voz baja, toda la cadena agroalimentaria: ¿Quién va a quedarse? ¿Quién va a venir? ¿Cómo atraemos nueva vida al corazón del sistema que nos alimenta?
Donde todo nace, pero nadie se queda
En el campo, los años pesan. La edad media del agricultor en España ronda los 61 años. Solo el 4% tiene menos de 35. Y aunque de vez en cuando aparece alguna historia de “joven agricultor” en los medios, el relevo sigue siendo una excepción.
No porque falten ganas, sino porque cuesta verse en un lugar que casi nunca se muestra como un destino. Aún pesa la idea de que el campo es para quienes no pudieron elegir otra cosa.
Esa narrativa se instala temprano, desde el colegio, y cala hondo. Y sin referentes visibles, sin condiciones que acompañen, sin una nueva forma de contar lo rural, el camino se vuelve cada vez más incierto, condiciona decisiones, borra posibilidades antes de que se formulen.
La falta de narrativa desvaloriza un trabajo que nos sostiene a todos. Porque, aunque a veces hablemos del campo como si fuera cosa del pasado, no hay nada más presente, ni más necesario, que aquello que nos alimenta.
De la teoría al terreno: el puente aún por construir
María terminó la carrera con buenas notas. Hizo un máster. Aprendió a trabajar con datos, modelos predictivos, estrategias de mitigación. Pero al pensar en su futuro, el campo apenas aparecía como opción. No por falta de interés, sino porque aún cuesta imaginar el entorno rural como un lugar con oportunidades reales.
Mientras tanto, el sector afronta desafíos cada vez más complejos: cambio climático, presión sobre márgenes, nuevas demandas de consumo. La tecnología es parte de la respuesta, pero necesita personas capaces de aplicarla con sentido. Que conozcan el terreno y sepan traducir datos en decisiones con criterio.
Herramientas ya hay: sensores, trazabilidad, modelos predictivos, plataformas de regeneración… Lo que falta, muchas veces, es el acceso, la formación y el acompañamiento para usarlas bien. Facilitar esa profesionalización puede hacer del campo un entorno más preparado, dinámico y atractivo. Pero para lograrlo, hace falta un trabajo conjunto entre formación, administraciones y empresas que traduzca el cambio en oportunidades reales.
Reconocer lo esencial, construir lo posible
Durante generaciones, el campo ha funcionado con esfuerzo, trabajo físico, experiencia práctica y transmisión oral. Ese conocimiento y esas necesidades no han desaparecido. Son la base que todavía hoy sostiene el campo.
Sin embargo, el sector se encuentra en plena transformación. La tecnología ofrece nuevas herramientas, pero su aplicación con impacto requiere personas formadas, condiciones adecuadas y una visión compartida de futuro. Hace falta abrir el campo a más perfiles, facilitar el acceso a recursos, reforzar la formación técnica, y garantizar que quienes quieran quedarse, o llegar, puedan hacerlo con perspectiva de vida.
El reto de atraer capital humano al campo pasa por generar condiciones reales en términos de empleo, de formación y de servicios. Y eso exige inversión, innovación y recursos que lo hagan posible. Exige un esfuerzo profundo que llevará tiempo para cambiar la imagen, las oportunidades y las condiciones del mundo rural.
Porque, si de verdad queremos una cadena agroalimentaria resiliente, necesitamos construir un sector donde valga la pena quedarse. Donde trabajar en el campo no sea una excepción sino una decisión que se sienta posible, ilusionante y con futuro.
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